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La Diosa Caissa


Esta historia empieza en el año mil novecientos cincuenta y ocho, en una vieja casa del barrio de Flores en Buenos Aires.

Por un motivo que desconozco, el dueño de la casa un Doctor amigo de la familia decidió enseñarle un jueguito misterioso y magnético a un niño de seis años, y luego jugarle una partida, que se resolvió en tablas, recuerdo el resultado no el milagro que produjo ese resultado, ( sospecho que la generosidad del dueño de casa). Ese niño era yo, y de allí en adelante nació un amor pertinaz hacia el ajedrez (ese era el jueguito) de mi parte, a veces fui correspondido, otras no tanto, sea como sea de siempre estuve allí dentro de ese mágico mundo de sesenta y cuatro casillas.

Cuando ya joven ajedrecista, imaginaba mi vejez muy feliz, porque estaría allí mi amada Diosa Caissa, y tenía una imagen a modelar, la del inigualable Gran Maestro Miguel Najdorf, que todos los días disfrutaba de una partidita en el Club Argentino de Ajedrez a sus casi ochenta años, “Don Miguel” el “Viejo”, como lo llamaban todos los aficionados argentinos en forma cariñosa se las había ingeniado para lograr profesar el amor por el juego y disfrutarlo durante toda su vida, su azarosa y extraordinaria vida.

Don Miguel llegó a Buenos Aires en el año 1939 a jugar la Olimpíada de Ajedrez, y justo en ese momento en Europa estalla la segunda guerra mundial, y los maestros judíos se quedaron muchos en Argentina, entre ellos “el viejo”.

Se quedó, pero siempre buscó a su familia jaqueada en su natal Polonia por el odio racista nazi, la forma que encontró para informarles de su presencia en Buenos Aires fue batiendo el record mundial de Ajedrez a ciegas, lo hizo en una exhibición realizada en Rio de Janeiro. Allí jugó contra cuarenta y cinco adversarios a los que enfrentó sin ver el tablero, venció a cuarenta y dos, haciendo dos tablas, siendo derrotado en sólo una partida.


Lamentablemente no logró que su mensaje llegara a destino, los nazis asesinaron a su esposa y sus dos hijas.

Don Miguel, no sólo se levantó de tan tremenda tragedia, sino que se convirtió en el mejor jugador argentino de todos los tiempos, y sin duda el héroe de los aficionados que generación tras generación aprendieron y jugaron con él, en su vida personal hizo una posición económica muy sólida y reconstruyó su familia, una esposa y dos hijas.

Esta es la historia de Don Miguel y su acceso ilimitado al paraíso de Caissa. Hoy arrimando el bochín a la etapa que visualicé de niño, Caissa la severa custodia del mundo de las sesenta y cuatro casillas coloca obstáculos, levanta barreras, y parece decirme aún no es el momento de vivir este mundo imaginario de jaques, torres homéricas, alfiles oblicuos, caballos ligeros, armada reina, peones agresores y rey postrero, cita del poema de Borges “Ajedrez”.

Entiendo que “El Viejo”, era uno de los favoritos de Caissa, y que yo, bueno soy uno más en la multitud de aficionados que practican el juego ciencia, pero tampoco soy un empujamaderas, ¡caray!vamos caissita ten piedad y crea las situaciones que levanten los obstáculos y abran las puertas de tantas partidas por jugarse…sea.


Silvio Pla


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