La casa de la calle Boyacá
- Alejandro Arrangoiz
- 20 abr 2022
- 2 Min. de lectura
Hace mucho tiempo vivíamos con mi familia en el barrio porteño de Flores en ese entonces muy amigable y seguro.
Tenía seis años y mi madre trabajaba arduamente para sacar adelante la economía familiar, entre sus trabajos estaba cuidar a una anciana que vivía en una casa ubicada en la calle Boyacá 2547, que me parecía inmensa. Muchos años más tarde ya hombre volví a la vieja casona y no me pareció tan grande, extraño fenómeno uno se agranda y se achican las cosas.
Mi mamá era maestra y daba clases a niños con dificultades en la escuela y a mí también desde muy pequeño para bien o para mal o como se suele decir buena suerte mala suerte quien sabe. Con la mirada de hoy se lo agradezco profundamente.
En la casa de Flores con la nonagenaria anciana vivía su hijo, el Doctor hombre maduro de unos cincuenta años. Es extraño recuerdo a pesar del paso del tiempo su aspecto físico, alto, delgado de buena presencia, era un hombre serio, ocupado casi siempre estaba en su despacho trabajando en sus asuntos. Un hijo modelo su dedicación a la madre era absoluta y el comentario que llega a mi desde el pasado es “el doctor se ha ganado el cielo por la entrega y amor por su madre” El caso es que yo estaba allí, en ese lugar, como acompañante circunstancial de mi madre.
Un día de verano muy caluroso de Buenos Aires para sorpresa para mí, el circunspecto doctor me llamó, y fuimos a un lugar de la casa que estaba en el fondo, había una mesita y dos sillas; de un armario sacó una cajita y un tablero. De la cajita empezaron a emerger extrañas figuras que unos minutos más tarde cobrarían vida ( según la exacta descripción de Borges: ”la torre homérica, el ligero caballo, la armada reina, el rey postrero, el oblicuo alfil y los peones agresores”). Acomodo con convicción cada pieza en una casilla del tablero y pronto se aclaró el asunto, me dijo: “Silvio este es un juego se llama Ajedrez, y estas son las piezas, esta, ves… es el Rey, y esta otra la Dama, y ….” Así continuó explicando la reglas del misterioso jueguito.
Podemos decir que el resto es historia, mi historia después de aquella tarde de verano en el barrio de Flores que se escribió en blanco y negro, el gusto y pasión por la guerra de los dos colores me acompañaría el resto de mi vida.
Siegbert Tarrasch, famoso gran maestro alemán dijo una frase “El ajedrez, como el amor y la música tiene la virtud de hacer feliz al ser humano” para mi buena fortuna doy fe en carne propia de la veracidad de sus palabras.
Que extraño designio llevó al ocupado doctor a invertir valiosas horas en enseñar el milenario juego y jugar una partida con el pequeño hijo de la cuidadora de su madre, no lo sé. Sin embargo a pesar de que nunca más estuvimos frente a frente tablero de por medio-su enseñanza había finalizado aquel día de verano-, creo que es difícil lograr un impacto mayor en una sola lección.
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