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Bobby Fisher, el genio en Buenos Aires


A Bobby, dicen sus biógrafos le gustaba mucho jugar en Buenos Aires, el imán que lo tentaba parece que era los famosos bifes de lomo, que tan bien se dan por esas tierras.

Desde su adolescencia, ya Gran Maestro, Bobby desarrolló su talento en tierras pamperas, en 1959 jugó el torneo de Mar del Plata, ciudad turística que se encuentra a 400 kilómetros de Buenos Aires, su primer torneo en Argentina fue de menos a más empezó con un par de derrotas y luego se recuperó con un final a lo Fischer, 7 ½ de 8 puntos. En 1960 jugó nuevamente en Mar del Plata, empatando el primer puesto con su eterno rival Boris Spassky, e inmediatamente juega su primer torneo en Buenos Aires, y fue el peor torneo de su vida como Gran Maestro, sin embargo no afectaría esto su gusto por jugar en la llamada “Reina del Plata”. Pero esas presencias tempranas, no lo iba a mostrar en su dimensión verdadera, era todavía una estrella en ascenso, un promesa de futuro campeón mundial , y todavía sus actuaciones tenían claroscuros, a un primer puesto compartido en Mar del Plata, siguió un 13avo puesto en Buenos Aires.


Cuando regresa, una década más tarde, la promesa ya era una amenazante realidad, y el imperio soviético de ajedrez ponía sus barbas en remojo. En el año 1970, se organiza un torneo internacional, el Ciudad de Buenos Aires, y el genio americano es la figura rutilante entre muchas luminarias del ajedrez de esa época, entre ellas, el ex campeón mundial Smyslov, el ascendente y joven GM brasileño Mecking, el eterno viejo Najdorf, el ex campeón mundial juvenil, GM Oscar Panno, entre otros.


Una oportunidad maravillosa para mi, pude ver durante las 18 partidas cómo Bobby ganaba el torneo, por el cómodo margen de 3 puntos, después de ganar 14 partidas y entablar las restantes 4, con Reshevsky, su viejo rival, Smyslov, Najdorf y Mecking.

Recuerdo que en esa época el entusiasmo que había por el ajedrez era inconcebible e inédito, se agotaron los juegos de ajedrez, los periódicos de la época daban profusa cobertura al torneo, y el teatro General San Martín dónde se disputaba el torneo, en todas las rondas estaba a reventar, no sólo la sala de juego, sino también la sala dónde un maestro analizaba las principales partidas.


Al año siguiente se repetiría esta fantástica experiencia, Buenos Aires fue la sede del match semifinal Fischer- Petrosian, un acontecimiento que también reunió multitudes.

Desde la perspectiva actual, mi reflexión es que se tenía la dimensión del genio que estaba delante de nosotros, hoy la leyenda, casi diría que teníamos la certeza de que se convertiría en algo único en la historia del ajedrez, comparable tal vez con Paul Morphy, pero lo que no se apreciaba entonces era el tamaño de la contribución que Fischer estaba haciendo al desarrollo del ajedrez.


Su similitud con su colega, genio americano también pero del siglo XIX, Paul Morphy estaba presente en la sensación del mundo ajedrecístico, y se temía que su paso fuera fugaz, algo que finalmente y lamentablemente fue así, su retiro temprano a los 29 años, lo atestigua.

Muchas anécdotas vienen a la memoria desde aquellos años, la espera que todos los rivales soportaban al inicio de las partidas, esos 15 invariables minutos antes de la primer jugada de Bobby, y al final, ese final esperado, la rendición con un Fischer con tiempo de sobra en su reloj, y un rival con escasos segundos, y sin haber logrado descifrar los enigmas ajedrecísticos que poblaron el tablero, salidos de la imaginación del obsesivo perseguidor de los favores Caissa.

Fischer marcó mi época de ajedrecista, desde mis inicios en 1966, hasta que logra el campeonato mundial en 1972, nos enseño muchas variantes, muchas ideas, pero más allá de esto nos dejo un gran mensaje, el triunfo de un sueño, a partir de pasión por lo que se hace, y una enorme cantidad de trabajo, que acompañado del gran talento del joven americano, sólo podía producir un resultado, simply the best, esto con una mirada en lo ajedrecístico, dónde está su legado, en lo personal los fantasmas de su niñez cobraron un alto precio.


Silvio Pla

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